Vlad Tepes
VLAD
TEPES, UN POCO DE HISTORIA
Vlad
Draculea subió al trono de Valaquia como Vlad III, en 1456. Su apodo, Draculea,
no siguió siendo el único; pasó a la historia como Vlad “Tepes”, Vlad “el
Empalador”. (...)
Tanto
en la tradición alemana sobre el conde Drácula, como en la rusa y la rumana, se
encuentran pruebas de que Vlad Tepes practicaba la crueldad por placer. No
obstante, se advierten diferencias esenciales. Los manuscritos alemanes (desde 1462), el poema
de Beheim (1463) y los sucesivos
folletines (desde 1476) consideran que sus orgías de muerte eran innecesarias y arbitrarias, mientras
que en los manuscritos rusos
(desde 1482), el autor señala que
Vlad Tepes había sido en verdad
cruel e insensible, pero justo.
Es de la opinión de que “el soberano debe
ser incluso cruel, cuando se trata de
erradicar el crimen y el mal de la nación”.
Las
diferentes interpretaciones se deben a la divergencia de intenciones. El autor
alemán, que obtuvo sus informaciones en Transilvania, muestra, conforme a las
tensas relaciones entre Vlad Tepes y las
ciudades sajonas, una imagen del príncipe en la que no se comprende el
significado de sus sangrientas acciones. Aparecen como arbitrarias, carentes de
legitimación y debidas exclusivamente a la naturaleza maligna de su carácter.
Esto responde a la detallada descripción de las distintas formas de ejecución y
tortura empleadas por Vlad Tepes y, por supuesto, de su método preferido, el
empalamiento: decapitar, mutilar narices, orejas, órganos sexuales y labios, cegar,
estrangular, ahorcar, quemar, hervir, despellejar, asar, desmembrar, clavar,
enterrar vivo, apuñalar, arrojar a las fieras, dejar caer a las víctimas sobre
palos puntiagudos, obligarlas a comer carne humana, someterlas al tormento de
la rueda, marcarlas al hierro candente, untar las plantas de los pies con sal o
miel y darlas a lamer a los animales. No se sabe si el minucioso recuento de
esas atrocidades, que no sufren merma en el poema de Beheim, se debía a que,
por una parte, las ciudades sajonas tenían gran interés en difundir una imagen
absolutamente negativa de Vlad Tepes; por otra, a que el gusto truculento del
lector de la época lo exigía. (...)
¿Era
Vlad Tepes un psicópata sádico o
encarnaba, hasta las últimas y crueles consecuencias, la violenta forma de vida
de la Antigüedad?
Florescu/McNally,
autores ingleses de una biografía de Drácula, afirman que en la personalidad
del príncipe trasluce cierta anormalidad sexual. Expresan la sospecha de una
parcial impotencia de Vlad Tepes, quien experimentaría satisfacción sexual al
ver mutilar los órganos sexuales de una mujer, o penetrar el palo profundamente
en el cuerpo de una víctima.(...)
¿Quién
fue Vlad Tepes? Una respuesta que lo reduzca a una figura meramente patológica,
morbosamente cruel y sangrienta, no hace sino interpretar el carácter y los
propósitos del príncipe de un modo tan miope como los cantos de júbilo de la
prensa rumana {en tiempos de Ceaucescu},
que opina todo lo contrario:
“Gracias a su
perspicacia política, su habilidad diplomática y su gran capacidad militar,
Vlad Tepes encarnó la historia de su propio pueblo. El amor a la patria, la sumisión a los grandes valores del pueblo, se convirtieron en una
fuerza capaz de resistir los asaltos de las grandes potencias. Ésta es la gran
lección política que surge de la vida y la obra
del príncipe Vlad Tepes”.(...)
Ninguna
tradición conocida le atribuye a Vlad Tepes propiedades vampirescas.(...) En la Rumanía del siglo XIX, en el punto
culminante del movimiento nacional por
la libertad y la renovación, se prestó otra vez
atención a Vlad Tepes. Mihail Eminescu (1850-1899), un poeta
nacionalista rumano, alabó en un breve poema el heroico pasado del príncipe
rumano, anhelando la existencia de un Vlad Tepes que se
lanzase sobre los filisteos, la corrupta sociedad de Bucarest y los
malos políticos. (...)
Hasta
Stoker no se concibió tradición literaria alguna que conectara a Vlad Tepes con
el vampirismo. (...) Un (posible)
argumento es, obviamente, su apodo: Draculea, hijo de Drácula. (...) Del latín draco: este sustantivo debió ser mal
intepretado en Valaquia, porque en rumano, dragón es baluar, o, a veces, zmeu
(monstruo), mientras que drac
significa diablo (el sufijo ul es el
artículo determinado). (...) El dragón es la encarnación del mal. (...) El
aspecto del dragón recuerda al de Vlad Tepes: “...un monstruo que arrasa las
tierras, extermina a los hombres, de espantoso semblante y a menudo dotado de
alas de murciélago...”.
Mediante
el dragón (draco), hemos alcanzado a
los vampiros, pero ¿cómo asociarlo al demonio (drac)? El diablo está estrechamente relacionado con el murciélago.
Éste es considerado siervo de Satanás, y las palabras “diablo” y “vampiro” son
a menudo empleadas como sinónimos. En los exorcismos, por ejemplo, el espíritu
maligno sale volando por la boca del poseído bajo la forma de un murciélago.
Quien se halle en tratos con el demonio, el gran dragón, puede convertirse en
vampiro, y una de las formas que tiene de manifestarse el vampiro es el
murciélago. Como ser híbrido, entre pájaro y ratón, animal nocturno y chupador
de sangre, se asimila al vampiro, ese ser mitad vivo, mitad muerto que abandona
su cueva por las noches para dedicarse a succionar.
Si,
a pesar de todos estos argumentos, no se produjo antes la asimilación de Vlad
Tepes al mito del vampiro, se debe sobre todo a los turcos. Un vampiro sin
cabeza es evidentemente impensable, y a aquél se le habían quitado (cuando lo mataron, en el paso de 1476 a 1477)
los turcos.
La
unión de las mitades antagónicas, la reconciliación de lo metafísico con el
hecho en sí, es mérito de Bram Stoker. (...) Tarde o temprano, la fascinación
por lo oculto debía llevar a Stoker a Transilvania, región que, como ninguna
otra, ha recogido material sobre vampiros, como lo señaló James Frazer en su
libro La rama dorada
(Londres, 1890), obra que, se supone, ha sido una de las fuentes de la
imaginación de Stoker. (...)
En
sus posteriores investigaciones, Stoker se vio confrontado una y otra vez con
las creencias de los rumanos en los vampiros y en sus distintas
manifestaciones. En trabajos especializados, halló relatos acerca de muy
curiosas costumbres. En Rumanía, era habitual desenterrar los cadáveres en
determinados períodos para comprobar si se habían convertido en vampiros. A los
niños se les desenterraba tres años después de su muerte; a los jóvenes, cinco
años después; y a los demás, a los siete años. Si el proceso de descomposición
era completo, se lavaban los huesos con agua y vino y se los volvía a enterrar;
si no, se consideraba que el muerto se había convertido en un vampiro, de modo
que se seguía el procedimiento habitual:
“Se atraviesa el ombligo del vampiro con una
estaca, o se le arranca el corazón. El corazón debe quemarse en fuego de carbón
vegetal; también puede hervirse o cortarse en trozos con una hoz”.
El
temor a los vampiros se extendió de tal modo que, en 1801, el obispo de Sige le
rogó al príncipe de Valaquia que procurara que los campesinos no siguieran
desenterrando a sus muertos. (...)
El
que su novela, publicada en Londres en 1897, tuviera una difusión tan grande se
debe a que Stoker supo elaborar elementos sobrenaturales con suma
verosimilitud. El carácter documental del libro, los apuntes del Diario, el protocolo y las cartas, la exacta
descripción del viaje en ferrocarril y
en barco,y los detalles geográficos sugerían tanta legitimidad como la elección de Transilvania -lugar donde, de hecho, se sospechaba hacía
mucho tiempo de la existencia de vampiros- para la residencia habitual
de su supervampiro.
El
nexo entre el vampiro y la historia
real acabaron de otorgar
autenticidad a su relato y lo convirtieron en una amenazadora advertencia, ya
que la veracidad de los hechos podía ser comprobada. La publicidad editorial no
se cansó de acentuar precisamente este aspecto:
“Bram Stoker no se ha inventado la figura
del vampiro; ésta es tan antigua como la humanidad misma y puede hallarse en
las leyendas de casi todos los países. Todo lector recibe una impresión
imborrable de las terribles posibilidades que se esconden en la existencia
humana”.
(Fragmentos
extraídos de Conde Drácula, historia
y leyenda de Vlad el Empalador, de Ralf-Peter Märtin. Tusquet
editores, Cuadernos Ínfimos, Barcelona,
1983.)