MUERTOS
DE HUNGRÍA QUE CHUPAN LA SANGRE DE LOS VIVOS
“Hace alrededor de
quince años que un soldado que estaba de guarnición, hospedado por un campesino
haidamaque, en la frontera de
Hungría, vio entrar en la casa, cuando estaba sentado a la mesa con su
anfitrión, a un desconocido que se sentó también a la mesa con ellos. El dueño
de la casa fue extrañamente asustado de ello, lo mismo que el resto de la
reunión. El soldado no sabía qué pensar, ignorante como estaba de la cuestión.
Pero, habiendo muerto el amo de la casa al día siguiente, el soldado se informó
de lo que era. Le dijeron que era el padre de su huésped, muerto y enterrado
hacía más de diez años, quien así había venido a sentarse a su lado, y le había
anunciado y causado la muerte.
El
soldado informó primeramente al regimiento, y el regimiento lo hizo saber al
cuartel general, que comisionó al conde de Cabreras, capitán del regimiento de
infantería Alandetti, para que informase del hecho. Habiéndose trasladado al
lugar con otros oficiales, un cirujano y un auditor, tomaron declaración a
todas las personas de la casa, que atestiguaron de manera uniforme que el
reviniente era el dueño del padre de la casa, y que todo lo que el soldado
había dicho y referido era la verdad exacta, lo que fue también atestiguado por
todos los habitantes del lugar.
En
consecuencia, se hizo desenterrar el cuerpo del espectro, y se le encontró como
el de un hombre que acabase de expirar, y su sangre como la de un hombre vivo.
El conde de Cabreras hizo que le cortasen la cabeza, antes de volverlo a
depositar en la tumba. Se informó además de otros revinientes semejantes, entre
otros de un hombre muerto hacía más de treinta años, que había vuelto en tres
ocasiones a su casa y siempre a la hora de la comida: la primera vez había
chupado la sangre del cuello a su propio hermano; la segunda, a uno de sus
hijos; y la tercera, a un criado de la casa; los tres habían muerto al
instante. Basándose en esta declaración, el comisario hizo desenterrar al
hombre y, encontrándolo como al primero, con la sangre fluida como la tendría
un hombre vivo, ordenó que con un clavo de gran tamaño le atravesasen las
sienes, y que después lo colocasen de nuevo en la tumba.
Hizo
quemar a un tercero, enterrado hacía más de dieciséis años, y que había chupado
la sangre y causado la muerte a dos de sus hijos. El comisario envió su informe
al cuartel general; se envió luego a la corte del emperador, que ordenó que
enviasen oficiales de guerra, de justicia, médicos y cirujanos, y algunos
sabios para examinar las causas de tan extraordinarios acontecimientos. Quien
nos ha referido esas particularidades las había conocido del señor conde de
Cabreras, en Freiburg im Breisgau, en 1730”.
(De
Tratado sobre los vampiros, de Dom
Augustin Calmet. Publicado en 1751. Mondadori, Madrid, 1991.)
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