martes, 20 de octubre de 2015

VLAD TEPES, UN POCO DE HISTORIA

Vlad Tepes

VLAD TEPES, UN POCO DE HISTORIA

            Vlad Draculea subió al trono de Valaquia como Vlad III, en 1456. Su apodo, Draculea, no siguió siendo el único; pasó a la historia como Vlad “Tepes”, Vlad “el Empalador”. (...)
            Tanto en la tradición alemana sobre el conde Drácula, como en la rusa y la rumana, se encuentran pruebas de que Vlad Tepes practicaba la crueldad por placer. No obstante, se advierten diferencias esenciales. Los  manuscritos alemanes (desde 1462), el poema de  Beheim (1463) y los sucesivos folletines (desde 1476) consideran que sus orgías de muerte eran innecesarias y arbitrarias, mientras que en los manuscritos rusos   (desde  1482), el autor señala que Vlad Tepes había sido en verdad  cruel  e insensible, pero justo. Es de la opinión de que “el soberano debe ser incluso cruel, cuando se  trata de erradicar el crimen y el mal de la nación”.
            Las diferentes interpretaciones se deben a la divergencia de intenciones. El autor alemán, que obtuvo sus informaciones en Transilvania, muestra, conforme a las tensas  relaciones entre Vlad Tepes y las ciudades sajonas, una imagen del príncipe en la que no se comprende el significado de sus sangrientas acciones. Aparecen como arbitrarias, carentes de legitimación y debidas exclusivamente a la naturaleza maligna de su carácter. Esto responde a la detallada descripción de las distintas formas de ejecución y tortura empleadas por Vlad Tepes y, por supuesto, de su método preferido, el empalamiento: decapitar, mutilar narices, orejas, órganos sexuales y labios, cegar, estrangular, ahorcar, quemar, hervir, despellejar, asar, desmembrar, clavar, enterrar vivo, apuñalar, arrojar a las fieras, dejar caer a las víctimas sobre palos puntiagudos, obligarlas a comer carne humana, someterlas al tormento de la rueda, marcarlas al hierro candente, untar las plantas de los pies con sal o miel y darlas a lamer a los animales. No se sabe si el minucioso recuento de esas atrocidades, que no sufren merma en el poema de Beheim, se debía a que, por una parte, las ciudades sajonas tenían gran interés en difundir una imagen absolutamente negativa de Vlad Tepes; por otra, a que el gusto truculento del lector de la época lo exigía. (...)


            ¿Era Vlad Tepes  un psicópata sádico o encarnaba, hasta las últimas y crueles consecuencias, la violenta forma de vida de la Antigüedad?
            Florescu/McNally, autores ingleses de una biografía de Drácula, afirman que en la personalidad del príncipe trasluce cierta anormalidad sexual. Expresan la sospecha de una parcial impotencia de Vlad Tepes, quien experimentaría satisfacción sexual al ver mutilar los órganos sexuales de una mujer, o penetrar el palo profundamente en el cuerpo de una víctima.(...)
            ¿Quién fue Vlad Tepes? Una respuesta que lo reduzca a una figura meramente patológica, morbosamente cruel y sangrienta, no hace sino interpretar el carácter y los propósitos del príncipe de un modo tan miope como los cantos de júbilo de la prensa rumana {en tiempos de Ceaucescu}, que opina todo lo contrario:

            “Gracias a su perspicacia política, su habilidad diplomática y su gran capacidad militar, Vlad Tepes encarnó la historia de su propio pueblo. El amor a la patria,  la sumisión a los grandes valores del pueblo, se convirtieron en una fuerza capaz de resistir los asaltos de las grandes potencias. Ésta es la gran lección política que surge de la vida y la obra  del príncipe Vlad Tepes”.(...)

            Ninguna tradición conocida le atribuye a Vlad Tepes propiedades  vampirescas.(...)  En la Rumanía del siglo XIX, en el punto culminante del  movimiento nacional por la libertad y la renovación, se prestó otra vez  atención a Vlad Tepes. Mihail Eminescu (1850-1899), un poeta nacionalista rumano, alabó en un breve poema el heroico pasado del príncipe rumano, anhelando la existencia de un Vlad Tepes  que se  lanzase sobre los filisteos, la corrupta sociedad de Bucarest y los malos políticos. (...)
            Hasta Stoker no se concibió tradición literaria alguna que conectara a Vlad Tepes con el vampirismo. (...) Un (posible) argumento es, obviamente, su apodo: Draculea, hijo de Drácula. (...) Del latín draco: este sustantivo debió ser mal intepretado en Valaquia, porque en rumano, dragón es baluar, o, a veces, zmeu (monstruo), mientras que drac significa diablo (el sufijo ul es el artículo determinado). (...) El dragón es la encarnación del mal. (...) El aspecto del dragón recuerda al de Vlad Tepes: “...un monstruo que arrasa las tierras, extermina a los hombres, de espantoso semblante y a menudo dotado de alas de murciélago...”.
            Mediante el dragón (draco), hemos alcanzado a los vampiros, pero ¿cómo asociarlo al demonio (drac)? El diablo está estrechamente relacionado con el murciélago. Éste es considerado siervo de Satanás, y las palabras “diablo” y “vampiro” son a menudo empleadas como sinónimos. En los exorcismos, por ejemplo, el espíritu maligno sale volando por la boca del poseído bajo la forma de un murciélago. Quien se halle en tratos con el demonio, el gran dragón, puede convertirse en vampiro, y una de las formas que tiene de manifestarse el vampiro es el murciélago. Como ser híbrido, entre pájaro y ratón, animal nocturno y chupador de sangre, se asimila al vampiro, ese ser mitad vivo, mitad muerto que abandona su cueva por las noches para dedicarse a succionar.
            Si, a pesar de todos estos argumentos, no se produjo antes la asimilación de Vlad Tepes al mito del vampiro, se debe sobre todo a los turcos. Un vampiro sin cabeza es evidentemente impensable, y a aquél se le habían quitado (cuando lo mataron, en el paso de 1476 a 1477) los turcos.
            La unión de las mitades antagónicas, la reconciliación de lo metafísico con el hecho en sí, es mérito de Bram Stoker. (...) Tarde o temprano, la fascinación por lo oculto debía llevar a Stoker a Transilvania, región que, como ninguna otra, ha recogido material sobre vampiros, como lo señaló James Frazer en su libro La rama dorada (Londres, 1890), obra que, se supone, ha sido una de las fuentes de la imaginación de Stoker. (...)
            En sus posteriores investigaciones, Stoker se vio confrontado una y otra vez con las creencias de los rumanos en los vampiros y en sus distintas manifestaciones. En trabajos especializados, halló relatos acerca de muy curiosas costumbres. En Rumanía, era habitual desenterrar los cadáveres en determinados períodos para comprobar si se habían convertido en vampiros. A los niños se les desenterraba tres años después de su muerte; a los jóvenes, cinco años después; y a los demás, a los siete años. Si el proceso de descomposición era completo, se lavaban los huesos con agua y vino y se los volvía a enterrar; si no, se consideraba que el muerto se había convertido en un vampiro, de modo que se seguía el procedimiento habitual:
            “Se atraviesa el ombligo del vampiro con una estaca, o se le arranca el corazón. El corazón debe quemarse en fuego de carbón vegetal; también puede hervirse o cortarse en trozos con una hoz”.
            El temor a los vampiros se extendió de tal modo que, en 1801, el obispo de Sige le rogó al príncipe de Valaquia que procurara que los campesinos no siguieran desenterrando a sus muertos. (...)
            El que su novela, publicada en Londres en 1897, tuviera una difusión tan grande se debe a que Stoker supo elaborar elementos sobrenaturales con suma verosimilitud. El carácter documental del libro, los apuntes del  Diario, el protocolo y las cartas, la exacta descripción del viaje en  ferrocarril y en barco,y los detalles geográficos sugerían tanta legitimidad   como la elección de Transilvania  -lugar donde, de hecho, se sospechaba  hacía  mucho tiempo de la existencia de vampiros- para la residencia habitual de su supervampiro.
            El nexo entre el vampiro y la historia  real  acabaron de otorgar autenticidad a su relato y lo convirtieron en una amenazadora advertencia, ya que la veracidad de los hechos podía ser comprobada. La publicidad editorial no se cansó de acentuar precisamente este aspecto:
            “Bram Stoker no se ha inventado la figura del vampiro; ésta es tan antigua como la humanidad misma y puede hallarse en las leyendas de casi todos los países. Todo lector recibe una impresión imborrable de las terribles posibilidades que se esconden en la existencia humana”.


            (Fragmentos extraídos de Conde Drácula, historia y leyenda de Vlad el Empalador, de Ralf-Peter Märtin. Tusquet editores,  Cuadernos Ínfimos, Barcelona, 1983.) 

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